jueves, 23 de octubre de 2008


Hola!!!


bueno, supongo que con esto queda "inaugurada" la sección de escritos...xD

bueno, dejadme que os cuente (un momento que me siento en pose de cotilleo...=D) esta es una redacción que nos mandaron hacer para catalán, con el titulo "es ell/a". Como vereis, es la historia del suicidio de Esme, justo antes de transformarse.

Tanto la invencion (o al menos parte, ya que lo fundamental lo escribió Meyer), como la traduccion (catalan - castellano uh... que GRAN cambio...xD) son mias.

Espero que os guste!!




Es él


Contemplé el vacío del acantilado que se mostraba majestuoso ante mis ojos e inspiré, llenando mis pulmones con la brisa fría de septiembre.


Probablemente sería la última vez que respiraría en mi vida, y no lo lamentaba; de hecho, aquella certeza parecía extenderse sobre mí como una segunda piel de tranquilidad y serenidad envolviéndome.


El dolor sanaría, terminaría finalmente, y eso valía cualquier precio.


Avancé un paso y sentí parte de mi pie suspendida en el aire. Al adelantarme, mi pie descalzo arrastró un puñado de piedrecillas que cayeron silenciosamente y acabaron por fusionarse con la tierra árida del suelo, aquel al que en unos pocos minutos yo también pertenecería.


Estaba en calma, y sin embargo no podía evitar preguntarme ciertas cosas que me despertaban sincera curiosidad.

¿Encontrarían mi cuerpo? Y si así era ¿cuánto tardarían? A lo mejor, si por algunas de esas crueles casualidades de la vida yo seguía sin morir, los osos o los pumas de la región terminarían el trabajo.


Otro paso más y la cornisa que marcaba línea entre el dolor y el alivio se hizo más notoria. Mis manos temblaban debido al viento, que me golpeaba ligeramente hacia atrás, como si quisiese hacerme cambiar de opinión, hacerme retroceder. Sentí la sangre más espesa que nunca recorrer mis venas con rapidez, palpitando frenética, un martilleo constante en mis muñecas, el cuello y detrás de los oídos. Tuve la extraña certeza de que eran las sensaciones previas a la muerte; la adrenalina justo antes del final, de que todo se detuviera.

Sonreí apenas elevando los labios, sintiendo los músculos de mi rostro tensos al hacerlo, como si de una escultura de piedra me tratase.

Claro, hace mucho tiempo que no sonreía, y nadie podía culparme por ello.

Cerré los ojos e inmediatamente la imagen del rostro de un bebé recién nacido se plasmó allí, bajo mis párpados, sonriendo y estirando sus manitas como si quisiera alcanzarme. A mí, a su madre.

Un último paso y el suelo desapareció bajo mis pies.

Sabía que estaba cayendo, probablemente a unos pocos segundos del final, pero aún así permanecí impasible en todo momento. No grité, no me agité, esperando pacientemente el

momento en que todo acabara.

Escuché el estruendo antes de sentirlo.

Y entonces todo se oscureció.



Un dolor punzante me despojó de la inconsciencia.
Sentía como si me estuvieran quemando el dorso de la mano, como si lava líquida estuviera recorriéndome por dentro, viajando a una velocidad incomparable por la muñeca y el antebrazo.

¿Dónde estaba? ¿Me encontraba en el infierno y por eso mi cuerpo ardía tan ferozmente?

No entendía nada en ese momento, pero estaba completamente segura de que, fuese donde fuese que estuviera, dolía. Una tirantez se extendió por mis hombros y grité sin siquiera percatarme de ello, escuchando el sonido de mi voz agonizante escapar de mi boca sin habérmelo propuesto.

Sonaba desgarradora. Como si me estuviera muriendo. Aquello tenía sentido, encajaba con el dolor.

Entonces todo empeoró. La quemazón ya no era aquella débil llama fluyendo por mis venas sutilmente; ahora, sentía el cuerpo arder en el más literal de los sentidos, como si me estuvieran quemando por dentro y por afuera, devastando cada centímetro de mi piel. Ardía tanto…

Alguien deténgalo, por favor…

Y entonces, repentinamente, entre alaridos y gritos de dolor, mi mano se sumergió en un profundo sentimiento de alivio. Si bien aún ardía internamente, estaba relativamente fría comparada con el resto de mi cuerpo.

De alguna manera la curiosidad prevaleció sobre el dolor y giré el rostro para poder ver qué era lo que ocasionaba tal gelidez. No era hielo, como yo pensaba, como cabía esperar. Era otra mano, nívea y claramente masculina, que sujetaba la mía firmemente. Su tacto era duro como la piedra, pero no importaba; de hecho, era mejor, pues podía apretarla con mis dedos sin temor a lastimarle.

Tenía los pensamientos demasiado aturdidos como para intentar encontrarle un significado a todo aquello. En vez de eso, preferí aferrarme a aquella mano con uñas y dientes como si fuera un salvavidas en el medio del océano y me propuse intentar soportar el dolor. En algún momento tendría que acabar, ¿no? Aguantaría hasta el final. Sería fuerte.

- Todo estará bien – dijo una voz a mi lado.

Y por algún motivo le creí. Ahora estaba segura.

Estaba segura de que era él.



Alae.

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